Se me amontonan las emociones y no puedo más que dedicar las pocas horas que le quedan a este año que se cierra a compartir mi repentina revelación trascendental:

Hemos entrado, al fin, en una nueva era: la Era de Oritrón.

El virus no es sólo biología, sino que, casi con mayor empeño, es cultura, la cultura de Oritrón, donde la ignorancia aplasta las luces, el sinsentido es el origen de las decisiones y la estupidez coge el cetro de mando.

Oritrón representa el esperpento, el triunfo de la filosofía mamachicho, la incompetencia de unos gobernantes elevados a la categoría de dioses pero zafios hasta la médula. La ciencia, la sabiduría, el conocimiento y todo lo que la razón ama, se va al cubo de la basura y se sustituye por dosis crecientes e impúdicas de opinión. Pero es lo que nos gusta y lo que nos divierte: opinar. El fútbol se nos había quedado corto pero ahora, bajo la barra libre de Oritrón, la democracia es creerse con el derecho y el deber de hablar de todo, aunque no se tenga ni puñetera idea de nada. Y lo peor, lo más grave, lo que consume a cualquier criatura mínimamente capacitada, es que esa población oritroniana da pábulo antes al necio que al hecho. La educación, sometida a los designios de una clase política que tiene como único y elemental mérito convertirse en un fin en sí misma, ha muerto. Murió hace tiempo, pero por fin ya sabemos quién la va a sustituir: Oritrón, amo y señor de la burricie.

Bienvenidos a esta nueva era.

No les deseo ni feliz año, ni suerte, ni nada. Sólo que Oritrón les sea leve.


Imagen de Ansgar Scheffold en Pixabay

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