En este mundo de contrastes en un segundo se pasa de héroe a villano. A medida que los aplausos se desvanecen y dejan en el horizonte un espejismo de normalidad, resulta que los médicos nos empeñamos en hacer cada vez menos, y ya, de paso, atender a los pacientes desde la comodidad de la lejanía, sentados en algún despacho, quizás por teléfono o igual dejando que los vea una máquina. Así, por obra y gracia de algo llamado telemedicina, nos quitamos de un plumazo lo más engorroso de esta profesión: las personas. Al menos eso dice el desafortunado título de un reportaje que ha dado vueltas por la red en los últimos días: «Los médicos ya no quieren vernos«.

Supongo que esta creencia, al parecer más extendida de lo que uno podría pensar según nos cuentan los amigos, obedece a múltiples motivos. Seguro que no acabamos de explicar bien por qué a algunos nos gusta tanto el tema de los cacharritos en medicina.

Pero, y aquí hay que ponerse las pilas, me temo que como sociedad seguimos en un estado de hibernación mental incapaces de entender la realidad del mundo en que vivimos, que si ya era diferente al de hace apenas unos años, desde hace tres meses resulta irreconocible gracias a la aparición de un virus que vino a acelerar, con cierta precipitación, la cocción de todo lo que estaba en el horno a medio hacer, sin acabar de arrancar por burocracias, perezas e inercias varias. 

Y vivir desinformados en un entorno desconocido es un pésimo escenario. 

Pues no, la noticia no es esa ni por asomo: aunque pueda parecer sorprendente, los médicos queremos ver más y mejor a los pacientes, que ellos también nos vean a nosotros, y que además, en pleno ejercicio de inigualable generosidad y condescendencia por nuestra honorable parte, sean capaces de encontrarnos cuando nos necesiten.

En fin, dejemos las ironías aparte y vamos a ver si desfazemos el entuerto.

El poder de la digitalización

Lo primero que debemos hacer es elevarnos en un globo aerostático imaginario y mirar el cuadro desde el cielo. El mundo, la sociedad, todo en general, está experimentando una evolución cualitativa y cuantitativa gracias a un desarrollo tecnológico dramático, mucho más rápida que las revoluciones tecnológicas precedentes. La miniaturización de procesadores que crean ordenadores y sensores cada vez más pequeños y potentes, con la posibilidad técnica de almacenar, procesar y transmitir miles de millones de datos entre equipos y entre personas por todo el planeta, nos brinda posibilidades de computación e intercambio de información hasta ahora desconocidas. Esto es, grosso modo, la digitalización, que no la informatización: internet, los smartphones, los wearables, etc. Gracias a ella usted puede leer este blog, ver en directo cómo está Central Park o comprar un juguete para sus hijos sin salir de casa. 

La digitalización bien entendida debe aportar un valor concreto a cada proceso en que se aplica: o lo hace más seguro, o más rápido, o más eficiente o directamente permite hacer algo nuevo superando las limitaciones de un modelo previo. No es un fin en sí mismo, sino un medio para evolucionar hacia algo necesariamente mejor. 

Todos los sectores están en proceso de transformación digital con el objeto de superar barreras hasta ahora infranqueables, sobre todo las del tiempo, el espacio y la génesis de información útil con el análisis de datos. 

La digitalización acaba con el modelo de comunicación on-off rompiendo las barreras del tiempo y del espacio. 

Tal vez usted no lo sepa, pero tanto la comunicación asíncrona como la sincrónica en tiempo real le están cambiando la vida. Hasta hace muy poco nuestro modelo comunicativo entre personas era binario: presente-no presente, on-off. Si quería hablar con alguien, usted debía ir a un sitio concreto donde reposaba un teléfono, y esperar a que la otra persona estuviera también en ese mismo momento al lado de otro aparato similar. O todo o nada, o hablaban en ese momento o no. La alternativa era mandarle una carta, pero es obvio que el tiempo entre recepción y respuesta podría ser inadmisible. La tecnología ha permitido un grado de comunicación superior rompiendo esas barreras espacio-temporales: del on-off, a la conectividad permanente, en dos modalidades complementarias. 

La comunicación asíncrona permite que una orden enviada a una floristería digital llegue en un segundo, se procese el pago, se seleccione el producto, se envase, y el ramo de flores le llegue a la persona elegida el día indicado. No tiene que ir a ningún sitio en horas comerciales, ni nada debe estar abierto o cerrado, porque no estamos hablando de un establecimiento físico. Entre el comprador y la persona afortunada parece que sólo hay unos cuantos clics y un ramo de flores, pero detrás existe un desfile de miles de millones de datos almacenados y procesados para que todo eso ocurra sin fricción y de una manera invisible para ambos. Los chats o el correo electrónico son otros ejemplo: uno manda el mensaje y otro lo recibe, sin tener que estar físicamente ni en un lugar ni en un momento concretos. ¿No le gustaría comunicarse con sus médicos por correo electrónico? Muchos ya lo hacen y están encantados. Comunicación asíncrona, sin más. 

Por otro lado, la capacidad casi inmediata de comunicación sincrónica (lo estamos viendo con la explosión de Zooms, Skypes, Jitsis, etc.) permite que podamos comunicarnos desde cualquier sitio, en tiempo real, con cualquier persona (una o varias), mientas tenga una conexión de datos. Si es necesario, podríamos reunirnos ahora mismo y hablar, seamos buenos amigos o médicos y pacientes, por acercarnos al tema que nos ocupa. Comunicación sincrónica al servicio de la salud. 

El mensaje oculto de los datos

¿Sabe por qué Facebook es gratis? Porque no es gratis.

A usted le cobra en datos. Recaba su información, lo que le gusta, lo que le hace darle al click, lo que comparte, etc., y con eso le traza un perfil, igual que un agente del CSI haría un retrato robot de un delincuente. Google, Amazon y todos en realidad hacen lo mismo. Usted le dice quién es y ellos averiguan qué le gustaría comprar, ofreciéndole publicidad destinada a tal fin, por la que ellos sí que le cobrarán dinero a los anunciantes. Este es el resumen del poder que tienen los datos para las grandes compañías.

Gracias a esta gran capacidad de computación de la que hablamos, ahora es posible recolectar miles de millones de datos de todo tipo y condición, analizarlos y determinar tendencias, que en el mundo del marketing se traduce en posibilidades de compras o ventas, y en el de la salud en predicciones de enfermedad o de evoluciones de una epidemia, por poner un ejemplo cercano. 

El reloj que le mide el pulso es una máquina de capturar datos. Si esos datos los analizamos y los integramos con el resto de su información médica, es posible que le ayudemos a mejorar su salud, e incluso que nos adelantemos a la enfermedad, porque esos sensores miniaturizados captarán alteraciones imperceptibles sobre su fisiología que pueden alertar sobre un peligro potencial. En ese caso, sería interesante evaluarle en persona antes de su próxima cita. ¿Suena bien, verdad? Bueno, pues esto es algo que forma parte de la telemedicina. 

Las mil velocidades

Este proceso de digitalización, que ha supuesto una revolución en el mundo de los servicios, puede ser perfectamente aplicable en el resto de sectores estratégicos de la sociedad: educación, sanidad, justicia, etc. La diferencia es que las velocidades de desarrollo e implementación son muy diferentes. No existe un Amazon en salud, pero créanme si les digo que ya están en ello y que no tardarán mucho en sacarlo, igual que Microsoft, Apple y otros. 

De lo que estamos hablando en realidad, no es de “telemedicina” sin más, sino de un proceso mucho más amplio y complejo que se refiere a la digitalización en salud (la llamada “salud digital” o “e-Health”) y lo que ello implica, pues propone la posibilidad de un modelo nuevo de comunicación entre personas, datos y máquinas, y que explora dimensiones de la presencia humana hasta ahora desconocidas. La digitalización está ampliando el espectro de lo humano, llevándonos a un plano superior. El documental AlphaGo ilustra este concepto de una forma francamente interesante. 

La promesa que no acaba de llegar y la salud fragmentada

Como decía antes, esa digitalización se ha ido abriendo paso con suerte irregular en nuestro medio sanitario. El ejemplo más palpable está en la adopción de sistemas de información electrónicos para pasar de la historia clínica de papel a un formato digital. Si bien la intención ha sido buena, y hemos ganado muchísimo en seguridad y en precisión, el resultado no ha sido todo lo satisfactorio que hubiéramos querido.

En realidad, hemos informatizado más que digitalizado, pues hemos replicado el papel físico en un maldito papel electrónico, nada amigable con el usuario y que obliga a mirar más la pantalla que al paciente. Créame si le digo que su médico es muy probable que odie el sistema informático de su hospital.

Y, aunque seguimos dando pasitos, la percepción de fragmentación por los pacientes sigue siendo palpable, porque es real y estamos lejos de superarla.

El centro de salud no se comunica con el hospital, el hospital no se comunica con el hospital de al lado, y si sale de su provincia ya nadie sabrá nada ni de sus antecedentes médicos ni de qué pastillas toma. Además, si quiere que le vea un especialista, tendrá que pedir cita (o esperar a que le llamen), desplazarse físicamente a una consulta, quizás para comentarle a un doctor que no le mira, en diez minutos, que usted está regular. Aún así, tendrá que volver otro día para hacerse unos análisis, y debe aportar un papel que lo mismo acaba perdido en un armario, y luego subir a la cuarta planta si quiere solicitar un informe, que ya recogerá, pues lo necesitan en el centro de salud o algún inspector que debe decidir algo respecto a nuestro futuro. Ah, y no se olvide de ir a que le renueven las recetas.

¿Cómo nos puede parecer esto normal mientras somos capaces de reservar cita en la peluquería tomando un café en una terraza? 

Todas estas barreras son franqueables con las herramientas adecuadas, y la principal es un sistema digitalizado que centralice, procese y controle un volumen ingente de información clínica y administrativa.

Recordemos lo que decíamos antes: ¿le gustaría que le avisáramos antes de que tenga un fallo en el corazón? ¿Qué le parece si en vez de verle cada seis meses puede contactar con nosotros cuando note un cambio o tenga una duda razonable? ¿No sería mejor vernos cuando nos necesite? ¿Y qué le parece si no tuviera que guardar más papeles, que pudiera ir de vacaciones a cualquier parte del mundo y que cada profesional sanitario tuviera disponible su historial clínico traducido a su idioma en caso de que tuvieran que atenderle? ¿Cree que sería conveniente no tener que salir del trabajo para hacerse una analítica o una radiografía, igual que no lo tiene que hacer para encargar un ramo de rosas?

Pues de todo eso, y de muchísimo más, va la salud digital. No hay que confundirla o equipararla a la telemedicina, que sólo es una derivada de ella. Se están abriendo canales nuevos de comunicación, que en ningún caso cierran o desplazan a los presenciales. De hecho, sucede lo opuesto: amplifica las posibilidades de comunicación y gestión de problemas clínicos entre el paciente y su equipo médico. 

Queremos ver pacientes

No, no queremos dejar de ver pacientes. Queremos dejar de verlos rápido y de cualquier manera. Queremos verlos de muchas maneras diferentes. Queremos que estén conectados con sus equipos y verlos cuando nos necesitan, no cuando nos parece que no es ni demasiado pronto ni muy tarde. Queremos verlos aunque estén lejos. Y sobre todo, queremos verlos antes de que se pongan malos. Queremos verlos el tiempo necesario, no el estandarizado para todos los casos según lo estimen oportuno las agendas.

De eso va la denostada telemedicina, y más específicamente, la salud digital. 

La digitalización tiene por objeto proporcionar una atención más personalizada, de calidad y sobre todo, mucho más humanizada. Las máquinas se encargan de hacer el trabajo sucio y de medirnos y conectarnos sin que nos enteremos. Pero nosotros seguimos comunicados, en la consulta, en la pantalla o en el chat. Ningún canal sustituye a otro, sino que todos se complementan entre sí. Cada persona, cada problema clínico, cada situación, requerirá de un canal apropiado. Ahora podremos elegir. El modelo exclusivamente presencial sólo tiene un formato on-off que presenta muchísimas limitaciones.

Sin embargo, un modelo digitalizado permite un sistema de conexión permanente y de comunicación y monitorización de manera asíncrona o en tiempo real, no sólo facilita la atención temprana, sino que además, al ser inteligente y capaz de aprender de todos los datos de nuestros pacientes, y de todos los pacientes del mundo, se adelanta a los problemas y facilita la integración de todos los actores en el escenario de la salud. 

No es telemedicina, es medicina 

El acto médico es un ejercicio complejo que necesita tiempo, espacio y presencia. Hasta hace muy poco, todo en nuestras vidas había sido necesariamente presencial, pero nos estamos acostumbrando a redefinir ese axioma. Ni el tiempo ni el espacio son ya entes absolutos, y desde luego aparecen nuevos registros y matices a lo que llamamos presencia, o a la notificación efectiva y satisfactoria del otro en un formato válido. Las redes sociales o las aplicaciones de citas online son un buen ejemplo de ello.

Se trata de dar un paso más, de avanzar hacia un modelo nuevo, diferente y fresco en que todos los profesionales de la salud formen equipo con sus pacientes para mejorar en resultados de salud sin renunciar en ningún momento a la parte humana, sino además reforzándola y encontrando nuevos registros de conexión.

Por favor, nunca piensen que sus médicos están deseando librarse de ustedes. Nada más lejos de la realidad. Lo que estamos haciendo con la epidemia del coronavirus es acelerar, de aquella manera y como podemos, una necesidad que ya se estaba labrando y que será la norma en unos años, pero no dejando de ver pacientes.

Y sobre todo sean críticos con lo que leen por ahí…


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