No somos iguales.

Sigo sin entender por qué la diferencia ha de ser erosionada hasta la desaparición, por qué nos empeñamos en forzar los extremos hasta que encajen en el molde, por qué es malo ser distinto.

No somos iguales.

Aprendí de la vida lo que nadie me enseñó: el valor de la diferencia. Por dentro y por fuera. En lo visible, evidente, que no es más que proyección de lo invisible. Ese enjambre de hormonas que moldea y gobierna la emoción y la interpretación de la realidad. Que construye, al final, nuestro mundo particular. Tal vez fuera el azar biológico el que escindiera dos modos de ver y de sentir, llamados sexos, y que supusiera una ventaja determinante, en su conjunto, sobre el modelo anterior. Las diferencias suman, no restan, cuando se mira el todo y no las partes por separado.

Malo es que haya días que nos recuerden que todavía la diferencia se castiga. Que haya hombres que no dejen elegir a las mujeres. Que las mutilen, que las silencien, que las oculten. Malo es que no se entienda, de una vez, que no hacen falta leyes para ser iguales, sino para respetar la diferencia. Malo es que se identifique ser hombre con ser cruel.

Porque no somos iguales.

Y no quiero que seamos iguales. No quiero que contraten a más mujeres porque son mujeres. Eso ya supone una limosna y una generosidad falsa y obscena. Es otro modelo de florero, políticamente correcto, bien visto e incluso aplaudido, pero igual de ridículo. Contraten personas, acepten personas, hablen con personas. Punto. No arreglen con ineptitud tantos años de desgracia y vejación. Miren bien y verán como acaban contratando mujeres y no fuegos artificiales.

No somos iguales.

Quiero que las mujeres sean mujeres. Quiero que ese misterio no se cierre, que ese reto siga vivo, que el juego de la vida siga activo y que aprendamos lo mejor de ambos mundos. Quiero saber lo que no sé, lo que ellas ven que a mí se me ha escapado durante todos estos años. Es sencillo. Me resisto a pensar que los dados de Dios estaban trucados y que uno de los bandos está equivocado. En concreto, el otro bando. Porque siempre se equivoca el otro bando.

No. No hay bandos, ni errores. Hay vida que se expresa en mil registros. Hay una diversidad que es la que alimenta el universo tan frágil que habitamos y que parece que molesta.

Dejen a las mujeres ser madres, dejen a los hombres ser padres. Aprendamos de las madres, aprendamos de los padres. Dejen a las mujeres ser mujeres, no se empeñen en transformarlas en lo que no son. Hay hombres que lloran, hay mujeres que talan árboles. Hay hombres que planchan y mujeres que dirigen bancos. ¿Y qué más da? La pregunta es si lo hacen bien o mal, si están contentos y felices con la vida que llevan, si son libres o no.

No somos iguales y espero que nunca lo seamos. Nos perderíamos lo mejor de la vida.

Tengo un par de cicatrices que me lo han enseñado.

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