La sanidad pública no existe.

Y la privada, tampoco.

Existe un problema sanitario al que nadie quiere mirar a la cara.

 

La mujer recoge la receta y el volante para los análisis.

—Ya ve usted cómo está todo. Menos mal que puedo venir aquí, porque en la pública ni te cogen el teléfono.

—Ya, la cosa no va bien, no…—contesto, mientras me imagino una vieja góndola solitaria, sobre una mesa vacía, en una habitación perdida y olvidada donde nunca, nadie, descuelga el auricular.

Y luego llega la réplica. Porque en la pública ni te hablan, pero en la privada a saber qué te hacen con tal de sacarte la pasta, ¿verdad? ¡Que son los mismos!

Generalizar no es de sabios.

Parecer ser que fue Dumas (padre o hijo, no hay certezas) el que afirmó que «todas las generalizaciones son peligrosas, incluida ésta». Algo que en nuestro entorno mediterráneo y visceral, tan dicotómico y maniqueo, resulta incomprensible.

Fachas y rojos, derechas e izquierdas, veganos y carnívoros, con cebolla o sin cebolla. El caso es que no salimos de contigo o contra mí. Porque esos dos supuestos bandos ni están enfrentados entre sí, ni tienen por qué ser enemigos, ni son nada.

Sector público y sector privado, una generalización peligrosa.

El sector público y el sector privado, hablando en términos generales, no son más que modelos. En sí, ni buenos ni malos, o todo lo bueno o malo que puedan hacer de ellos sus gestores. Al público se le atribuye voluntad de servicio y la intención de cubrir las necesidades poblacionales con un fin social y benéfico, algo que sin duda es más que loable y a buen seguro necesario.

Lo privado pasaría, por tanto, a ser opcional desde el momento en que aporta un servicio que uno decide o no adquirir, porque ya lo tendría cobertura pública. Pero, sin ser imprescindible, tampoco lo hace malvado. Pensemos que cualquier restaurante, modesto o de lujo, no es más que un negocio privado y optativo; decido ir o no ir, y su dueño espera por ello un beneficio a cambio de su trabajo, pero no es mi fuente de alimentación principal. ¿Es por tanto negativo o perverso? En absoluto.

¿Qué pasa en el sistema sanitario?

Podríamos argumentar que no tendríamos que depender de nuestros recursos económicos para recibir atención médica, por ser injusto y falto de ética. Y vaya por delante que estoy de acuerdo con ello y que me parece una forma excelente donde invertir (pero invertir bien) los impuestos. A poco que alguien sepa lo que cuesta, lo carísima que es la atención sanitaria, entenderá que casi ningún bolsillo en este mundo podría costearse ni lo más básico.

Bien por apostar por una buena cobertura pública universal.

 

Y la tenemos. O la tenemos según, cómo y dónde miremos.

La foto desde el espacio es buena.

Y si seguimos con el símil del restaurante, no está nada mal. Un menú sin duda correcto, de mejor calidad y paladar que en otras partes del mundo civilizado.

Pero es lo que tienen las medias aritméticas, que difuminan los extremos. Y al final, la salud vive mucho en los suburbios de la estadística.

Si ampliamos la resolución de esa foto la cosa no es tan ideal. Lo primero que vemos es que eso de «la pública» no es más que una generalización nebulosa y que no representa más que el modelo global, pero no dice nada del resultado particular.

De la atención exquisita a un paciente con un infarto de miocardio agudo que en dos horas está con su stent puesto, a la desesperación del tercer día de espera en urgencias buscando una cama para el abuelo nonagenario, y pasando por la agenda infinita, imposible e intolerable del médico de primaria.

¿Es correcto hacer la media entre un plato de caviar y un paquete de Doritos? ¿Nos saldría igual en Madrid, en Murcia o en un Castellón? ¿De dónde sale esa «sanidad excelente»? ¿Son felices los profesionales?

«La pública» no existe.

«La pública» es una generalización inconsistente que aporta lo mismo que atribuir cualidades definitivas a todo el continente africano o los chinos: prejuicios, creencias y poco más.

Cada hospital, cada servicio dentro de cada hospital, cada departamento dentro de cada servicio y cada persona dentro de ese departamento es un mundo con idiosincrasia y vida propia, con un relato, un motivo y una historia única.

Y «la privada» tampoco.

Porque en «la privada» ocurre tres cuartos de lo mismo: tampoco existe nada homogéneo ni definitivo que permita predecir ni un trato, un comportamiento y ni mucho menos un resultado concreto, sólo por decir que estoy en un hospital u otro.

Y puesto que conozco los dos mundos, y comparo con ellos tertulias, ideas, y palabras, sé que al final todo depende del factor que nunca aparece en las hojas de cálculo de los despachos enmoquetados hasta el techo: las personas con nombre y apellidos.

Esos de la pública que no cogen el teléfono…

Esos de la privada que piden por pedir…

¿Y en la pública no se pide por pedir?

¿Y en la privada siempre se coge el teléfono?

Que no te cuenten el cuento.

O al menos te lo creas, porque te lo van a contar igual.

El debate, por más que se empeñen políticos y demás indocumentados, no va de buenos contra malos. Llegan los ministros de turno a «potenciar la pública» o, afinando más, «la primaria», que está calentita. Y «potenciar» es una palabra tan bonita y hueca que es como el comodín de la llamada: vale para todo y no sirve para nada.

«Es que mira lo que ha pasado con las privatizaciones.»

Claro. Pero identificar, con argumentación de parvulario, que la gestión privada consiste en darle chiringuitos a los cuñados para que se forren mientras ahorramos, no dice nada de la calidad del modelo en sí, sino de la baja estofa del gestor que la perpetra.

Y de su cuñado.

Será una buena o mala gestión, pero no por ser pública o privada.

La cuestión es tan sencilla como obvia: hay de todo en todas partes.

Repito: de todo y en todas partes.

Quien no lo quiera ver, allá con su brújula. Ni lo público es tan bonito ni lo privado es tan feo. Ni uno es bueno ni otro malo. Ni siempre todo cutre ni siempre todo perfecto. Hay excelentes profesionales, grandes personas, y mucho talento repartido.

Que no te engañen con soflamas ideológicas ni argumentos de baratillo. Por desgracia, algunos colegas han comprado el discurso, e incluso me sorprendo a mí mismo, traicionado por el inconsciente, hablado de los fantasmas de la pública y de la privada. Es tentador tener a mano un buen enemigo común para desfogarse.

Pero no. La historia no es tan simple.

 

Personas, mochilas y proyectos.

 

Antes te hacía una pregunta muy poco inocente.

¿Son felices los profesionales?

Se nos llena la boca del paciente en el centro, el centro del paciente, el paciente empoderado, empedrado y encofrado dentro del paciente humano, humanizado y humanoide. Nos falta vocabulario para tanto Power Point y tanto epicentro.

Y está bien pensar que el objetivo es mejorarle la vida a la gente, porque ese es el verdadero fin y para eso estamos. Pero los medios para hacerlo, que también son personas y algunas cosas, ¿dónde y cómo están?

Profesionales carbonizados, hastiados y ninguneados, sin horizonte ni expectativas, no darán una buena atención. O la darán hasta que se agote la pila de la paciencia y todo el capital de su voluntad se vierta en el pozo negro donde muere la vocación.

Aviso a navegantes

La endogamia nos pierde.

Los médicos en particular somos muy intensitos cuando nos miramos el ombligo. Nos bebemos el edificio donde ejercemos y no entendemos que nuestras dinámicas no son exclusivas del ejercicio de la medicina, sino comunes a los entornos organizativos.

Pero quien dirige y ordena esos espacios no debería seguir entendiendo el juego como una pelea entre pandillas callejeras ni como una cadena de montaje con operarios de ocho a tres.

El liderazgo, que no las jefaturas, no ve enemigos, sino objetivos.

Y ve personas, no trabajadores.

Y que el Ministerio de Sanidad lo ocupe un médico no garantiza nada mejor ni peor que un filósofo, porque le va a tocar gestionar egos, sentimientos, motivaciones, miedos, ambiciones, expectativas y todo lo humano que tenemos por dentro. O sea, lo mismo que cualquier gerente, director de orquesta sanitaria o jefe del silo de la tercera planta.

Bueno, igual los ministerios y las gerencias tienen que pensar dónde encajan el tema ideológico, ese pequeño detalle que congela hasta las mejores voluntades. O las compra, según.

La triste realidad

Eso que llamamos la pública hace aguas. Se hunde y se quema a partes iguales. Y eso que llamamos privada está recibiendo náufragos, sin necesidad de privatizar nada porque no hace falta.

Así que la guerra no está ahí.

¿He dicho la guerra?

Vaya. El inconsciente. Me refería a «el problema».

Que yo sepa sólo hay una sanidad: la que proporciona un profesional, de la mejor manera posible, a un paciente.

¿He dicho problema?

De nuevo la mente.

Oportunidad, esa es la palabra.

Pero ya verás como nadie te lo cuenta así.

Cuando despersonalizamos la medicina, cuando escribimos que el paciente fue visto «en un centro privado» sin mencionar quién y por qué lo vio, cuando aseguramos que «la pública es un desastre», cuando no bajamos al barro de la realidad y nos negamos a ver personas, dejamos de ser buenos profesionales.

 

Por mucho paciente en el centro que aparezca en la siguiente diapositiva. 

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