El ilusionismo sanitario vive entre nosotros

La magia tiene el encanto de engañar a pesar de saber que todo es ilusión. La chica cortada en dos mitades es el paradigma del absurdo, pero… ¿Cómo lo harán? ¡Ah! Un mago nunca revela sus trucos, mientras no se lo chive ni a Google o a ChatGPT.

Les cuento esto para que se preparen. Lo que van a ver en los próximos años — que algún dios generoso conserve esta entrada— no procede de un mundo esotérico, sino de un viaje hacia las tramoyas del sistema sanitario. Será como ir por un museo viejo, donde un guía vestido con su bata raída y amarillenta, un fonendoscopio flácido colgando del cuello y los ojos cargados de cansancio, enseñará cómo se generaba aquel espectáculo de salud.

Veremos, al fin, las tripas húmedas de la mujer partida.

El nuevo teatro de la realidad

Imaginemos la escena: José, el guía, ilustra a sus visitantes:

—Y aquí dormía el médico de guardia, cuando podía, claro, que eso era variable según rango y especialidades…

Los visitantes se hacen selfies con el camastro deshecho de turno al fondo o en la extinta sala de triaje, ya reconvertida en un multipuesto de pantallas táctiles, donde una máquina te escanea de arriba a abajo sin necesidad de que le cuentes nada de tu vida. Luego conduce a los curiosos mirones a una planta de hospital, una suerte de pasillo con habitaciones donde los pacientes eran atendidos por personas.

—Disculpe, tengo una pregunta—comenta un joven mientras consulta algo en su móvil.

—¿Sí?

—¿Los médicos venían cuando se les llamaba? ¿Cómo iba eso?

José miró al infinito a través de ese muchacho y respiró un poco más hondo, acariciando el paquete de Camel que se dejaba entrever en el bolsillo de la bata y soñando con despedir para siempre a ese grupo.

—Pues sí—contestó José arrastrando la voz—. Antes éramos nosotros los que acudíamos cuando pasaba algo, a cualquier hora. En ese tiempo siempre había alguien en el hospital.

El joven levanta la mirada del dispositivo y observa incrédulo a aquel ser ancestral. Su mente no está preparada para asimilar la densidad existencial de la presencia física a todas horas. José lo sabe, tiene un par de arterias analógicas, y quizás por eso siente el deseo de abrazarlo como si fuera un peluche. Tan inocente, tan nuevo, tan moderno…

El desgaste profesional: de héroes a sobrevivientes

Pues les aviso que semejante ficción no está lejos. Sabemos que las nuevas generaciones siempre traen cositas y, entre ellas, el fin de currar por amor al arte y hacer más de lo que corresponde. Y no seré yo quien diga si eso está bien o mal. Siempre es positivo que alguien haga un esfuerzo añadido para proporcionar un mejor servicio, pero no porque sea necesario, sino porque le sale una profesionalidad cada vez más escasa. Un cierto orgullo por la excelencia. Pero cuando ese coste añadido solo sirve para tapar los agujeros en el casco de flotación de un Titanic obsoleto y agonizante, la respuesta va a ser negativa.

Los jóvenes, generalizando, ya preguntan cuándo es la hora de salir y piden librar los viernes por la tarde. La vida es tan intensa que no la quieren mezclar con el trabajo, algo  que se percibe como accesorio e innecesario para realizarse. Ya se realizan ellos solos tecleando en un Starbucks sin dejarse el lomo en una oficina random. En todo caso, se hace lo justo. Porque a diferencia del mundo previo a internet, el trabajo es para cada uno, no para los demás. Y, desde luego, nunca debe ser aburrido; ojito con este novedoso enfoque, fósiles docentes que hibernáis en cátedras atemporales. Quizás esto suene egocéntrico y poco solidario, pero el péndulo viene de muy lejos.

El fin de la vocación como sostén del sistema

Este estado de la materia surge de un modelo aberrante, donde lo normal es ser un mártir paternalista que sufre para salvar a los pobres desgraciados que acaban enfermos, como criaturas débiles que son. Nosotros somos los elegidos para esa gloria, y tanto es así que nos repartimos medallas, aplausos y títulos ilustres. La vocación, ese deseo envenenado de querer ser médico, se ha exprimido hasta dejar secas las tierras fértiles donde crecía la ilusión por ayudar. Cierto que otros vieron las orejas al lobo y se centraron en buscar la luz a través de hacer de la publicación científica el motor de su existencia. Papers y más papers, citaciones y más citaciones, números y más números. Menos ver pacientes y tocar barrigas dolientes, todo vale. Que curen ellos. Que sí, que hay de todo y en todas partes. Vuelvo a generalizar, asumiendo en los lectores un mínimo de comprensión lectora y abstracción poética.

A lo que iba: lo que se nos ha exigido no es ser buenos profesionales, sino tener gigantescas espaldas y nulo respeto por uno mismo. Así que, llegados a este punto, insisto: los corazones, las voluntades y las renuncias que tapaban las grietas por donde se desangra el sistema se están muriendo y no hay recambio.

Cansados de humanizar lo deshumanizado

No imagino del todo la medicina del siglo XXII, pero a la del XXI le quedan dos electros mal contados. La cuestión es que ya no hay profesionales tan recios y bobos como los de antes, de esos que aguantábamos todo tipo de perrerías con tal de mantener a flote no solo al paciente, sino a la profesión entera. ¿Y eso es malo? Pues seguro que no, pero sin apuntaladores de guardia, en lugar de transición, habrá derrumbe. Y no, nadie al mando. Además, la IA es mucho más rápida que cualquier organización que venere a sus últimos powerpoints. No insistan con esto: la inteligencia artificial no arregla nada por sí sola. Por muchas luces y botones que tenga tu horno, si le echaste cuarto y mitad de sal a la tarta de manzana no hay nada que hacer.

Se confundió vocación de servicio con explotación a cuenta, que chirría como una bisagra oxidada cuando no paramos de hablar de las soft skills y hacemos más talleres de humanización de los que somos capaces de digerir.

¿Pero cómo vamos a humanizar algo que no es humano, que se pasa por el forro todas las recomendaciones que les decimos a nuestros pacientes y que vive en una eterna disonancia cognitiva de amor y odio tan patológica como ella misma? No, es muy tarde para humanizar y que cuele. Este cuento se ha acabado. Sin dinamita previa no hay latidos que valgan. Me repito mucho en ciertos foros: lo que no está diseñado para cambiar no puede cambiar. Por eso el derribo asoma por el horizonte.

Entre la IA para todo y la falta de relevo, ¿qué nos espera?

El fin de un modelo, el inicio de otro. Y, por si alguno de estos primerizos me lee, un consejo nada más. No desde la voz de un médico en pleno arco filosófico que se cisca en todas sus calaveras, sino desde el médico antiguo que ha tenido un par de charlas con la muerte. Algunas cuando venía a por alguien y la última hace un par de meses que se acercó a mi casa. Os digo que esta profesión es un regalo, pero, como Matrix, solo vale tomarse la pastilla roja. Y entonces te das cuenta de que no merece la pena salvar al sistema, excepto si tenéis a alguien jodido que necesita que estéis a pie de cama.

Eso es lo más importante de todo, creedme. Estad donde tengáis que estar, no donde os dicen que hay que estar.

El problema es que cuando entiendes esto, sabes que con este percal el que también va a estar jodido eres tú. ¿Cómo determinar si lo que das de más es por el paciente o por el sistema? ¿Acaso no son lo mismo? Pienso que con tantos medios y tanta mandanga, se les olvidó que detrás del Excel del MIR hay gente que no tiene problema en elegir lo que más le conviene. Tampoco va a funcionar la multiplicación milagrosa de las plazas y los adjuntos para carbonizarlos en esta locomotora sin rumbo.

Completo el círculo y echo el cierre. En realidad me doy cuenta de que estoy igual que la mujer del numerito: incomprensiblemente dividido y vivo al mismo tiempo.

Cosas de la medicina.


El ‘burnout’ entre el personal sanitario: una “epidemia” que afecta a la calidad asistencial del Sistema Nacional de Salud

Mi burnout y yo

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