Me viene a la mente, por la similitud fonética, aquello tan misterioso del Área 51, base secreta de la CIA, con sus OVNIS y demás parafernalia. Y no es para menos, porque la famosa pregunta número 84 del examen MIR de 2024, supongo que a punto de ser prohibida, quemada y cancelada, nos ha dejado estupefactos a unos, irritados a otros, y asombrados a casi todos.

Pero sin extraterrestres de por medio.

Desconocemos quién la firma (y mejor seguir con la incógnita), si bien, desde el Ministerio de Sanidad, nos aseguran que “ellos no han sido” y que, en realidad, todo es obra de un “comité de expertos”, una figura mitológica y escurridiza que sirve para hacer las cosas que luego, por lo que sea, se quedan sin autoría. Como un pelotón de fusilamiento, que reparte la culpa entre todos en general y sobre ninguno en particular.

Brillante escape para las conciencias, sin duda.

Bien merece un detallado análisis esta pregunta 84. Seguro que aprendemos algo: todo este ruido no puede ser por nada.

Destripando la pregunta 84

 

Médico de 50 años que con frecuencia acumula retraso de 2 horas en la consulta, creando algún conflicto, aunque es el que tiene el menor cupo de pacientes.

Sin duda, a los 50 años a los médicos nos pasan cosas extraordinarias. La primera, y que vienes cocinando desde los cuarenta, es que te cuesta poco, o nada, mandar a la mierda a quien sea. Sin eufemismos, a lo Fernando Fernán Gómez. También esto lo da la edad, cierto. Pero yo creo que al colectivo de la bata, os da más.

La segunda es que llevas en el lomo unas cuantas brechas mal cosidas y en tu expediente varios cientos de horas de vuelo. Que estás de vuelta, vamos. E igual por eso mismo tiendes a crear “conflictos”, solo que sería de agradecer un poco más de precisión y especificar de qué van esos conflictos.

En estos tiempos en que vemos normal cambiar fuerte de opinión, o decir, por ejemplo, que lo que antes era malo ahora no sólo es bueno, sino necesario, o que las matemáticas deben ser “socioafectivas”, urge definir “conflicto”. ¿Es que me he cabreado por nada? ¿Con alguien? ¿Alguien que, quizás, no hace su trabajo como debería? ¿O que decide por mí cuántos pacientes se pueden comprimir en cinco minutos? ¿O con un compañero o compañera tocapelotas?

Especifíquese este punto y nos aclaramos. No sea que acabemos pensado que los problemas sólo pueden emanar de la ira de nuestro desafortunado doctor.

Lo que sí sabemos es que, como es el que tiene el menor cupo de pacientes y va con retraso, debe ocultar algo muy turbio. Porque tu cupo decide tu prestigio, tu conocimiento, tu sabiduría y tu pericia con el fonendo. ¿No es así, médico de cabecera? ¿A ver quién tiene el cupo más largo? ¿A eso jugáis en el recreo? Ya os vale. Total, que este señor parece que esconde algo muy chungo debajo de la camilla de exploraciones.

Empieza su jornada laboral antes de la hora para planificar y adelantar su trabajo, pero siempre es el último en salir.

Vaya. Esto pinta mal. Primero por ser el pringao que va antes de la hora, porque como todo el mundo sabe, en este currelo de la cosa médica, el trabajo es de ocho a tres. Ni antes ni después se hace nada. Ni te llevas problemas a tu casa ni pacientes en la cabeza ni lees un carajo.

Y lo de planificar, ¿dónde se ha visto? Ya te enterarás luego de lo que pasa, cuando llegue la señora Francisca, con su carpetita de cartón azul a punto de reventar de informes y una bolsita del súper llena de cajas de pastillas de colores.

Por si fuera poco, es el último en salir. Siempre. Todos lo saben. Qué vergüenza. El último. Lento, torpe, vago. No porque considere que cada persona necesita el tiempo que necesita. No, eso nunca.

Hablemos claro: este tío no se ajusta a la dosis de atención estipulada por paciente. A los cinco minutos o a los dos y medio, si es que vienen dos a la vez. Tampoco se le ha ocurrido eso, lo de verlos de tres en tres, por ejemplo. O no verlos. Falta de iniciativa y de la visión transversal de los powerpoints de gerencia. Eso es: con una mirada transversal tipo láser rojo podría ver incluso a diez a la vez.

Explica: “no soporto dejar algo a medias, soy muy perfeccionista, tengo muchas cosas que hacer además de las visitas (burocracia, papeleos) y no tengo tiempo para nada más.

Y es que nuestro amigo no lo pilla. Va de mal en peor.

No entiende que, además de médico, es taquígrafo, administrativo, segurata y botones. En parte porque la ley le obliga a documentar todo lo que hace, dice y oye. Y luego, cuando se repartieron los marrones, él estaba al final de la cadena. Y le enseñaron que no puede decir que no, nunca.

Y aceptó, vaya si lo hizo: era el peaje necesario para poder trabajar en eso que tanto deseaba. Después le pusieron en la espalda una mochila confeccionada ex profeso con un tejido elástico especial, dotada de una capacidad de expansión infinita, un saco sin fondo donde caben todos los trabajos inimaginables y, en especial, los que nadie quiere hacer.

Ya sé que eso no lo explicaron en la facultad. Pero bueno, qué se le va a hacer. Dentro de poco veremos cómo tendrá que arreglar los enchufes y regar el jardín. Sin problemas. Ese perfeccionismo suyo es una gran bendición. No para él, claro, que lo tiene amargado, pero sí para los que le contrataron.

“No sé cómo lo hacen mis compañeros que tienen familia, aficiones… Yo no tengo tiempo ni para ir al gimnasio. Los fines de semana me quedo en casa, descansando. No tengo vida social.»

Se lo monta fatal, el querido amigo.

Pero muy, muy mal.

Todos los demás son felices. Y él, no. Ale. Con lo fácil que es tirar con el carro de enfermos que te echan encima. Igual, pienso, es un poco desagradecido. ¡Que está trabajando de médico, hombre! Yo creo que habría que empezar a cobrarle por el privilegio de hacer algo para lo que se supone que ha estudiado. Muy raro todo. ¿Le dejan trabajar y se quema? Sin duda la patología debe estar ahí, en las raíces, en el fondo de esa alma ingrata y rencorosa.

Se echa de menos un decreto ley. Que prohíba la infelicidad y el no sentir el inmenso orgullo patrio de formar parte del sistema público de salud. El mejor del mundo, dicen algunos, que no sé si van a ser los del famoso comité de expertos o los de otro comité que sin duda está trabajando en estos momentos sobre el tema.

Se nota y se siente. En todos los centros de salud fluye el olor de la fiesta, la primavera, las flores, las sonrisas y los abrazos entre compañeros. Porque viven en la plenitud de la alegría, ¡claro que sí!

A la exploración se aprecia una preocupación por los detalles, el orden y las normas, una incapacidad para discernir lo que es urgente y prioritario y lo que no lo es, una conducta inflexible y una incapacidad para delegar. ¿Cuál de las siguientes sería la orientación diagnóstica?

1) Trastorno esquizoide de la personalidad.

2) Trastorno narcisista de la personalidad.

3) Trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad.

4) Trastorno de la personalidad no especificado.

¿Cuál es tu diagnóstico?

 

Pues mi diagnóstico es la 5: jefe de servicio de un hospital de tercer nivel.

Por la descripción, encaja bien dentro de la norma estandarizada de lo que viene siendo un jefecillo habitual. Ya, ya sé que hay excepciones. Pero no olvidemos que no hemos estudiado ni para ser flexibles, ni para delegar y mucho menos para preocuparnos por los detalles que afectan a los demás.

Lo de las urgencias depende de si hay que dar muchas altas, que está todo lleno. Con mascarilla, eso sí. Pero lleno.

¿Y si es el Jefe Infiltrado? Sí, un ser superior que sale de su reino hospitalario para ver cómo viven los parias de primaria.

Y acaba hasta los huevos, claro.

En fin. Hasta aquí el desguace de la inolvidable pregunta 84.

Y no, no es un caso de psiquiatría, ni de medicina de familia.

Ni de medicina, vaya.

 

La verdad sobre la pregunta número 84

 

Es un caso de abandono.

Es una rendición total, aunque no lo sepa el hacedor de semejante artefacto. Porque puede que nuestro galeno ficticio tenga un trastorno paranoide o una depresión de caballo o a saber.

El problema es que la situación descrita no es un caso clínico, sino una realidad que se comen cientos de profesionales a diario que no están diagnosticados de ninguna patología.

Tal vez el redactor ignora esa circunstancia, lo que implica un desconocimiento absoluto del medio. Tendría su morbo saber qué demonios hace poniendo preguntas en el MIR. O tal vez la conoce, y entonces el dolor sería mucho más profundo e hiriente, porque no sale de un licenciado en medicina y presunto psiquiatra que se quedó en oficinista, sino de un compañero tuyo que sabe dónde te duele.

Aunque existe una tercera opción.

Y es que en realidad todo da lo mismo mientras el sábado haya doscientas cincuenta preguntas, se ejecute el trámite administrativo, coloquemos a los diez mil aspirantes a matasanos en una lista bien ordenada y pulcra y todos empiecen a hacer guardias en mayo.

No busquemos explicaciones complejas a lo que se muestra de manera sencilla, aunque siniestra. Lo siento, aspirantes a chef: el MIR sólo sirve para hacer un buen excel, ver quién vomita la pregunta con más chispa cubata en mano, y que algunos, a los que no culpo por ello, ganen su dinerito.

En algún momento se confundieron los términos y se nos mezclaron las ideas. Porque, un examen oposición, bien está. ¿Un examen tipo test para ser objetivos?

Sí, pero objetivos, ¿con qué? No con la empatía, no con el humanismo, no con la escucha, no con el mirar a la cara.

—Con los conocimientos. Sólo con eso.

—Vale, pero… ¿Y luego qué?

—Nada. Ya harán el taller de empatía, el máster de humanización y el curso de escucha activa y mirada penetrante.

—Ah. Bien visto. ¿Y qué conocimientos se miden con la pregunta 84?

—Pues de psiquiatría. Si la pregunta es de psiquiatría, será de eso, ¿no?

Sería, si como nos cansamos de decir en nuestras charlas y conferencias, cuando nos vestimos de trascendencia y profundidad, que lo importante es hacerse las preguntas correctas y marcar los objetivos concretos

Aplausos, muchos aplausos.

Sería, si no hubiéramos convertido la carrera de Medicina en una carrera de la rata buscando la codiciada residencia y la inexorable plaza fija, o más bien fortificada e inexpugnable, escondite de tantas desilusiones que si yo te contara…

Sería, si no nos empeñáramos en ocultar la incertidumbre con la que vamos a tropezar y caer una y otra vez en esta profesión donde no existe la respuesta correcta.

Sería, si no estuviéramos cada vez más y más alejados del centro, de la carne, del la misma alma.

Pero no lo es. Ni parece que vaya a serlo.

Así que dejen de buscarle tres pies al gato.

La pregunta 84 no es más que una pregunta que sirve para preguntar algo y pasar a la siguiente.

Sigamos pues.

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